ALEJANDRO ‘LUPERCA’ MORALES


Alejandro Morales, Wladimir Mendoza, Rodrigo Arenas
(obra) / Tomás Henríquez (escrito) / Esteban Gardella (Registro)

Ciclo 2 La Intemperie Santa Isabel esq. Lira, Santiago de Chile, 2012.

Ciudad de Juárez es una goma de borrar
Tomás Henríquez Murgas

El cuerpo es un mapa. Un territorio de análisis. Un campo de intervención.

El cuerpo es un mapa. Una geografía intravenosa que despliega en sus conductos y bifurcaciones toda una trama zig-zagueante de segmentaciones residuales y trazos de sus excedentes. La roja sangre que fluye, que circula, que se vierte al piso y se derrama a borbotones desde un cadáver dejado al azar del ambiente, exuda en su hálito silencioso los últimos respiros de un cuerpo. Mana un soplo de volatilidad frágil que se impregna en el cemento. La sangre que vierte un cuerpo muerto dejado a la intemperie por la mafia del narcotráfico dejará en exhibición con el paso de los días su registro inevitable. La sangre seca pintará luego el pavimento y lo dejará teñido de su recuerdo mimético. La figuración de dichos excedentes vestigiales del cuerpo ceñido al piso se dispersará no tanto mediante la demarcación de su correcta fisonomía, como por la inscripción de las zonas o puntos siempre imprecisos del impacto que le dio muerte. El espacio público se transforma de pronto en una reconstitución de escena que se repite a diario como una ceremonia fúnebre. Un rito que tiene por objeto hacer de los cuerpos yacientes, pronta borradura del protocolo policial. El peritaje circunscribe cómo la escena del crimen deba estar contenida. Retiene la tachadura no dejando rastros del bulto. Sin embargo la huella no se borra. Su registro todavía matérico permanece. No esta la carne. No esta la herida, pero queda la huella. Una marca que no desaparecerá sino hasta días después, cuando el calor, cuando la humedad, cuando los flujos ambientes dejados por una carnicería salvaje hagan que las inclemencias de la intemperie erosionen cualquier rastro probable de carne y su eventual voluntad de corporeizarse.

Alejandro Morales (1990) trabaja con la fragilidad del archivo. Con el deslizamiento sinuoso de una goma de borrar sobre el papel de diario. De esta manera borra manualmente los cuerpos arrojados en el cemento que aparecen en las páginas de la crónica roja de MP*, diario de Ciudad de Juárez, su ciudad natal. Su trabajo da cuenta de una rigurosa recopilación de prensa sensacionalista iniciada ya hace dos años para así poner en evidencia cómo los medios masivos hacen resonancia del espectáculo brutal que aparece a diario en el espacio público. A. Morales exhibe las imágenes que utilizan los diarios, sus retóricas y enunciados. Y así, mediante la intervención de dicho soporte genera una reflexión sobre la puesta en disputa de la imagen como dispositivo de exhibición de imágenes de violencia. De esta manera A. Morales elabora un ejercicio plástico que se pregunta sobre qué es lo que debe ser mostrado por la imagen, o más bien, en torno a quién se valida el criterio sobre los que funda la exhibición o censura de las imágenes del horror en su ciudad.

Habrá una pregunta ética implicada en dicha operación que nos hace pensar en el borronamiento del cadáver sobre el papel de diario como una auto-censura. Como la escisión salvaje del proceso mediante el cual se pone en evidencia la utilización obscena de determinada expectativa de rendimiento performativo que hace de suyo, en tanto estrategia comunicacional, la prensa sensacionalista frente a su eventual público lector. La prensa depuso su veracidad informativa ante su interés y festejo por la venta. La imagen será siempre una decisión. Una estrategia de posicionamientos. La ficción que recrea la prensa pondrá énfasis en la exhibición morbosa de los cuerpos arrojados, amputados, mutilados, cercenados, o bien, simplemente rajados de cuajo. No obstante, y mediante ese mismo gesto, podemos identificar como dicha lectura será una maniobra siempre artificiosa. Un juego de retóricas donde la manipulación de la información resultará implicada al momento de su entrega.

La operación inscrita en la obra de A. Morales, reinvierte sin embargo la perspectiva anestesiante que habrá ante la sola posibilidad de poner en evidencia dicha construcción. No se trata simplemente de hacer visible cómo se articula el ejercicio del amarillismo y su brutalidad gráfica. Se trata también de poner palabra en torno a una vieja disputa sobre la imagen, que en su despliegue siempre frágil, acaso simplemente por la impostura de sus materiales en pugna, amplía toda una economía política de la exhibición de lo irrepresentable. La intención de A. Morales es la de hacer aparecer el desaparecimiento aparecido de aquella imagen intolerable, que sin embargo, paradoja que será factible suponer, no aparece sino que haciéndose a sí misma desaparecer. La imagen nos impide ver lo que deseamos ver en ella. No obstante imaginamos el cuerpo ausente no tanto por que lo intuimos, sino por cómo lo observamos. La figuración de la borradura sería en tal caso la estricta consumación del desplazamiento de nuestro deseo, desde la aparición del cuerpo al abandono hasta la desaparición imaginaria de su rastro. Obstinada e imprecisa, la curiosidad de la mirada se inscribe de facto en la ociosidad siempre impasible de los objetos. La aparición de la borradura, su evidencioso y acaso irregular sino matérico, surge como respuesta inevitable ante la saturación y el destello de las imágenes. El borronamiento de la página interrumpe el irregular juego entre ética y estética, haciendo que la indiferencia de la imagen –sus insospechados grados de pensatividad, dirá J. Ranciere- pueda hacer que la imagen piense lo impensado de si misma. La dignidad del material no se tranza. Aquí, la imagen se emancipa del soporte para liberarse de la construcción policial que se le impone. Nos volvemos insensibles ante la intensidad del proceso de corporeización de los vestigios de la goma de borrar ya como una entidad autónoma.

En Chile la prensa todavía conserva cierta discreción que impide su desborde. La imagen intolerable no aparece sino consumada en pantallazos y prefiguraciones todavía oblicuas a las estéticas dominantes. La moralina republicana, la pacatería militar, el conservadurismo neo-liberal, son todas expresiones de cómo en nuestra historia, la disputa sobre la visibilidad de la violencia y el horror ha sido polémicamente cooptada por modos de distribución de la imagen que intentan evitar toda interrupción, re-utilización y/o desplazamiento ocioso, acaso subversivo de los distintos sentidos que podría disponer. En este contexto, A. Morales amplía la imagen del diario de Cuidad de Juárez. Lo posiciona a la intemperie en un descampado urbano del centro de Santiago de Chile. En un eriazo que desprovisto de toda circulación/desplazamiento de mercado de arte, puede seguir insistiendo en torno al problema de la exhibición de la violencia social. El narcotráfico mueve mucho más dinero que el arte contemporáneo. Mueve más sangre, hormonas, y polémicas en torno a su imagen.

El cuerpo es un mapa. Un diagrama de obra. Un borrador. El ensayo de un cuerpo.

No hay expresividad en la masacre. No hay lamento ni dignidad para las victimas ni sus familias. La indiferencia significa violencia. El único lamento posible es el de las imágenes cuando nos proponen que la única política probable es aquella en la que ningún atributo sea considerado. Un homicidio no interrumpe la lógica policial de la crónica roja. Se deshace en ella como un lamento silencioso que todos escuchan sordos en la inmensidad de una ciudad que lentamente deviene cementerio. No es el eco de los muertos lo que resuena en las calles, pues no hay poesía en medio de una balacera. En medio de un ajuste de cuentas. Un homicidio a mano armada, un hacha y un martillo. Un ajusticiamiento. Un cuerpo a la intemperie. La imagen que aparece tras el cuerpo que desaparece es ahora la de un campo de batalla. Una tierra fértil plagada de residuos orgánicos, parásitos, roedores, y comadrejas que deambulan sin otro propósito que resentir su pasear incómodo. Los muertos se inscriben en el paisaje. Será de tal forma hasta que ese y tantos otros crímenes nos hagan recordar que la marca que yace aún bombeante sobre el cemento debe inevitablemente en algún momento desaparecer. Ciudad de Juárez es una goma de borrar. Una inyección de anestesia que los transeúntes que hace que naturalicemos la muerte ya como una experiencia cotidiana.